martes, 20 de diciembre de 2011

Tánger (Carlos Villalba)







Ediciones en danza presenta TANGER, un libro de viaje de Carlos Villalba en donde describe el mundo fascinante de Marruecos, que se abre frente a sus ojos y que a la vez interroga su propia existencia.
TANGER, aunque recoge los apuntes de un itinerario, es como un largo cuento que se despliega sobre un paisaje fantástico. Páginas austeras donde un sol omnipresente ilumina visiones poéticas como las acuarelas de Delacroix que ilustran la edición.
TANGER encuentra a su protagonista como un eterno extranjero a quien ropajes, lenguas, costumbres y creencias lo llevan inexorablemente a un estado de perplejidad y contemplación. Y allí un dolor, primero físico –una pierna inflamada que lo hace padecer durante todo el recorrido- y luego espiritual, atraviesa su relato. Tánger, ciudad a la que todos llegan “huyendo de su destino”.


"El aullido del desierto que alguna vez fue mar, reza también, y todos nos iremos con él cuando el tiempo se detenga."


Así concluye uno de los inspirados textos de Tánger que escribió Carlos Villalba. La luz, el dolor y la desolación penetran con belleza la mirada de un paisaje africano que nunca me resultó tan sensual y conmovedor


Un mar árido, un desierto inundable: plantean la paradoja que crispa al viajero. No hay estadía más venturosa que el espejismo. Ya no hay oasis, porque hay caminos que conducen a no encontrarlos nunca.


Tánger, desde la poética, penetra en la oscuridad de todo lo que reluce. Sombras que transitan los recuerdos que alumbran.


Javier Cófreces
Editor

Novedades: Cultivo de especias de Silvia Dabul


Nos complace presentar el segundo libro de poesía de Silvia Dabul. Esta poeta y pianista nacida en Mendoza nos ofrece en  Cultivo de especias la reunión de tres series de poemas marcando en el  prólogo de la diferencia de "impulso o cualidad" que le llevó a escribirlas. 
Así pues, nos encontramos con Cruz de piedra , un recorrido por los parajes de la infancia y las ausencias en el ámbito familiar; Fin de análisis que define como escritos en torno a esa práctica terapéutica y Estrategia de vigías; crónica de una historia romántica fallida en dónde la autora apela al humor a modo de conjuro.


De Cruz de piedra

Los niños insomnes creen
en la hoguera del infierno
han atado a sus títeres
crucecitas de piedra
guardan tumbas de juguete
en teatros de cartón

Y si un perro lejano corta
como un hacha la noche
el aullido penetra el campo y crece
bastardo en el silencio

Mientras las horas se deslizan
tiemblan 
los niños insomnes


De Fin de análisis

Miguitas desparramadas
alguien se alimenta con carne de cañón
una voz se dedica al cultivo de especias
otra se multiplica al acoplarse

Todos se reúnen a lavar los trapos en casa
después los escurren sobre el fuego
las cenizas vuelan
los niños se ríen

Partículas de fiesta suspendidas en el aire


De Estrategias de vigías

Suelo ver también cada tanto
a un amante más joven
el que no exista la menor posibilidad
de proyección futura
hace que hagamos el amor de modo tajante
absoluto

Tal vez el virtuosismo sea
un ejercicio obstinado
de resistencia a cualquier tipo de colonización.


Silvia Dabul junto con Javier Cófreces y Pablo Gianera en la presentación del  libro

martes, 27 de septiembre de 2011

Novedades: Varamientos pampa de Joaquín Valenzuela / Ediciones en Danza 2011

Varamientos pampa
Joaquín Valenzuela






esto tiene que ver con fuego
por más que el trópico se baje las polleras
y  la lluvia llegue a deshora
tiene que ver
con cosas por quemar
nada válido entre los trapos y los títeres
y lo que no pueda llevar
se quedará humo en la casa

voy a acercar todo al fuego con un palo
en el medio del patio
en el medio del mundo
sentada                                                                           
con una botella abierta
de  alcohol de quemar entre las piernas

voy a levantar la casa sola
en el sentido inverso de la construcción
en el sentido de también vaciarla


de nuestras bocas sin querer directo al charco
comer entre las latas da más hambre
caen cáscaras semillas zanahoria
panceta pan el choclo el
puerro blando cae
como una lengua

ahora:
qué tipo de pájaro va a tener que entrar
y a vuelo picar puchero bajo
antes de que lo caído absorba
demasiado aceite
y se vaya al fondo de la
fosa del taller y no se sepa
si son de aserrín o de comida
restos


Novedades: El cine y la poesía argentina (comp. Héctor Freire) Ediciones en Danza 2011

Ediciones en Danza acaba de lanzar El cine y la poesía argentina. Se trata de una antología preparada por Héctor Freire (especialista en cine y literatura) que recoge poemas, escritos por autores argentinos, referidos a la cinematografía. La obra está integrada por 40 poetas y cien textos en los que se evocan películas, directores, escenas emblemáticas, actrices y actores famosos. Es la primera vez que se realiza un trabajo de recopilación de este tipo en el país, aunque experiencias similares ya se llevaron a cabo en Inglaterra, México y España. Alguno de los poetas que integran la antología son: María Teresa Andruetto, Jorge Aulicino, Graciela Cros, Raúl González Tuñón, Joaquín Giannuzzi, Irene Gruss, Mario Trejo, Alfredo Veiravé, Francisco Urondo y Néstor Perlongher, entre otros.
El segmento final del libro, bajo el título de “Voces en off”, presenta una selección de textos escritos por directores cinematográficos con obra poética. Entre ellos figuran: Luis Buñuel, Federico Fellini, Peter Greenaway, Pier Paolo Pasolini, Andréi Tarkovsky y Leopoldo Torre Nilson, entre otros.
La obra cuenta con un ensayo preliminar a cargo de Héctor Freire, quien analiza las interferencias y relaciones entre el cine y la poesía.


El cine y la poesía argentina
Portada original del libro *

 *Por objeciones contractuales, la tapa fue reemplazada por la versión con que se comercializa.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Novedades: Los poemas de Reynaldo Sietecase / Ediciones en Danza 2011






El poeta y periodista Reynaldo Sietecase acaba de publicar en Ediciones en Danza su libro Los poemas. Se trata de una antología que recoge buena parte de los textos que figuran en sus siete libros anteriores, desde Y las cárceles vuelan (1987) hasta Mapas para perderse (2010). El segmento final del libro presenta una serie de poemas inéditos de reciente escritura.
El mismo autor cierra el prólogo de su obra con las siguientes palabras:
Los poemas es un inventario de más de dos décadas de trabajo poético. También un acto de fe. Expresa una actitud y una voluntad. La poesía no tiene posibilidades redentoras pero genera puentes de direcciones múltiples. La poesía no enseña, señala. No soluciona, revela. No calma, desvela. Ojalá disfruten este libro. Ojalá es mi palabra preferida. Reúne deseo e invocación divina en un mismo movimiento de lengua.

Novedades: Crónicas de muertes dudosas de Bruno Di Benedetto / Ediciones en Danza 2011






Crónicas de muertes dudosas
Bruno Di Benedetto
Primer Premio Casa de las Américas 2010





Ana Paula Daumal
Cerro Chaltén, Santa Cruz, 15 de enero de 1992

Las condiciones del pájaro solitario son cinco.
La primera, que se va a lo más alto;
La segunda, que no sufre compañía
aunque sea de su naturaleza;
La tercera, que pone el pico al aire;
La cuarta, que no tiene determinado color;
La quinta, que canta suavemente.

SAN JUAN DE LA CRUZ
Dichos de luz y amor



A mil trescientos metros de altura
Ana Paula Daumal cuelga apenas
de las cuerdas del viento.

Entre violines de espanto trepa Ana Paula,
los dedos de musgo
entrando en la pared sur del Chaltén.
Sursum corda
se repite Ana Paula
y el viento dice que no, dice que no.

Con el corazón no alcanza, dice Ana Paula
y clava los ojos en las grietas
y a la mirada le crecen músculos
jadeos, sudor de luz.

Allá abajo duermen todavía,
como en un nido de nieve,
tres italianos y un español.

Uno de ellos
–no sabe cuál–
le ha entrado en el cuerpo
hace apenas dos horas.
En los muslos siente todavía
los rastros de calor de esas manos desconocidas
y tan necesarias.
Al fin y al cabo todos los hombres son iguales
se ríe Ana Paula
(pero el viento dice que no, dice que no).

Vení conmigo, vení conmigo
había gemido Ana Paula
debajo de los estertores del hombre
que se vaciaba en ella.
Pero él ya se había dormido
sobre pequeña hoguera o pecho de mujer.

Qué raro, pensó Ana Paula,
los hombres vacíos pesan más,
el deseo los hace livianos por un rato,
pero después caen a plomo y se duermen
o se mueren.

Ana Paula empujó con piernas y brazos
buscando el desahogo
y comenzó a vestirse con lentitud de novia
y de caballero medieval.

La montaña es un dragón de hielo
todavía dormido.
Ana Paula se disculpa cada vez
que clava acero en el lomo de hierro:

No te despiertes, susurra Ana Paula
sólo soy yo
sólo soy yo
tu Ana Paula Daumal
trayéndote el fuego.

Prometeo desencadenado
en camino de regreso
arde Ana Paula Daumal:
confunde cóndor con buitre
instante con llanura
cima con eternidad

arde Ana Paula
se quema en el alto puente
donde el deseo de vivir
es como el deseo de morir.

No me vas a matar dos veces, dice
y hunde en la nieve dura
todos los clavos
todas las cruces
–sobre todo una–
del cementerio andino
de allá abajo
en otra montaña
que es y no es la misma
que la mató la primera vez.

Al fin y al cabo
todas las montañas son iguales
jadea Ana Paula
y el viento dice que sí
y el viento dice que no

pero Ana Paula
ya no escucha,
los pies envueltos
en una nube de luz
que se ha encendido de repente:
entre nubes negras
ha venido el sol.

Ana Paula ya no escucha el viento
ni las voces terrestres
que gritan
que no
que vuelva
que ya viene la tormenta.

Los ojos también necesitan respirar
piensa Ana Paula
mientras aprieta fuertemente los párpados
la mirada ahogada en la nube luminosa
que la encierra y la algodona,
diamante de carne endurecida
por la voluntad y el cardumen que el dolor
soltó por sus músculos
como andanada de flechas de plata.

Pero el viento perro
perro fiel
muerde la nube allá arriba y la desgarra
y Ana Paula ve la cima
al alcance de los dedos
y más allá un pozo de cielo
y Ana Paula siente que cae en ese agujero
que no puede más de azul
y sin darse cuenta llega
y siente que la montaña la sostiene
y la levanta
antorcha pagana
sobre las oscuridades del mundo.

Ana Paula sabe que es hora de bajar.
Saca la foto del hombre muerto
y la deja en un pequeño altar de roca y nieve.
Ahora te voy a prestar mis ojos, dice,
para que veas lo que no pudiste ver.

Y Ana Paula mira
y en la mirada hay el doble de brillo
y hay un deseo doble.

Hay silencio alrededor:
la tormenta se ha quedado inmóvil
como un gato antes del salto final.

La mirada de Ana Paula
le pesa
y le dobla las piernas
y Ana Paula aprende,
mientras cae de rodillas:
no se puede sostener a la vez
la propia mirada
y la mirada de los muertos

(porque los muertos siempre piden más).

En la belleza camino
con la belleza ante mí camino
con la belleza detrás de mí camino
con la belleza encima y alrededor de mí camino
todo termina en belleza
todo termina en belleza [1]

Ana Paula Daumal apenas alcanza
a escuchar esa otra voz dentro de su voz
mientras canta suavemente
y se duerme.



[1]    Yeibichai (El camino de la noche), cántico navajo.

Novedades: Postales en ciudades de arena de Carola Brantome/ Ediciones en Danza 2011






Postales en la ciudad de arena
Carola Brantome
Prólogo de Diana Bellessi
Única  Mención Premio Casa de las Américas 2004



Al sol cierras tus ojitos de gamuza dulce suave…


Luz de mi corazón,
camino con mi alma errante por los valles
de San Payo, noche de luna en la costa de Pochomil,
lluvia de estrellas en el cielo estrellado de Masachapa.
Tarde de verano vista a través de grandes
guanacastones en una esquina dulce de Managua.
Canto de noche, al descollar el alba.
Azucena. Sed. Vela de mi sueño.
No temo a la noche con vos.
No clamo a las diosas si estás.
Ruta de mi errante camino.
Llové para mí. Hacé luna llena para mí.
Arrullame. Sé mi arroyo en los días de verano.
Dame tu mano entre las candilejas del parque.
Acompañame a ver el mar, el parque de las tortugas.
Hacé azul todo lo que tocás.
Consolame en la desolación.
Reí conmigo. Lluvita mielera.
Mariposa monarca, no te separés de mí.
“Luna lunera cascabelera cinco toritos una ternera.” 

De qué bella manera, y tanteando todas las formas, haciéndose dueña del oficio, Carola Brantome construye su propia voz en la voz de la colonia centroamericana de la lengua, y nombra a la mujer que ama nombrando a los manglares y a los tamarindos, los hatillos de cosas, los valles de San Payo y la costa de Pochomil, el cielo de Masachapa y los guanacastones de Managua, “y es mi nombradía para nombrarte / y soy dueña de tu nombre, / y todo lo que en él vive y perece”…

Leí este libro en  Cienfuegos, Cuba, en el año 2004, cuando fui jurado del Premio Casa de las Américas, y Brantome era una joven poeta desconocida por mí. Me gustó tanto que peleé por su nombramiento como mención especial, y más tarde no cesé de preguntar por ella cuando asistí a un festival de poesía en Granada, Nicaragua, hace tres años. Allí encontré dos pequeños volúmenes de la autora publicados a fines del noventa y a principios del dos mil, que volvieron a producirme el mismo efecto; obtuve también su dirección de mail y le escribí, así me enteré de que este libro permanecía inédito; ella demoró mucho antes de preguntarme si podía hacer algo por él…

A mitad de Postales en ciudades de arena, aquello que se asoma tímidamente en la primera parte, estalla y toma el comando de la voz. Brantome escribe con tanta sabiduría y tanta inocencia al mismo tiempo, como un río que se va de madre al mar, y nos asombra la mirada oblicua de sus finales, la paradoja que instala constantemente cuando parece cantar perdida, en éxtasis por la belleza de la mujer a la que ama, nombrada en estas postales junto con todo lo que ama de la tierra en la que vive, y de la lengua en la que habla. El objeto amado es así Matagalpa, es Nicaragua, es Centroamérica, y abre una puerta política por donde todos entramos, todos los bárbaros con Brantome mientras más blanda es la música de sus poemas, blanda como el agua y poderosa en la superficie de un aljibe o en la cresta de una ola. Trae algo esta mujer, difícil de hallar en la poesía, y aquello por lo cual la poesía existe.

Mi amigo Javier Cófreces es el que ha podido hacer algo con este libro, es decir, lo ha publicado, y le estaré agradecida por siempre. Ojalá Postales en ciudades de arena encuentre sus lectores, ojalá inviten a su autora a leer en Argentina, donde su vos se encuentre con el dulce vos del Rio de la Plata. Porque no lo dudo, Carola Brantome es una poeta de verdad.

                                                                                                                         Diana Bellessi

Novedades: Resonancias renuentes de Hugo Gola / Ediciones en Danza 2011

Hugo Gola
Premio Nacional de Poesía 2011








El primer poema


Por Hugo Gola


Pasé mis primeros doce años en un pueblo de no más de 3000 habitantes del interior de Argentina. Era un pueblo próspero y miserable a la vez, que fue fundado por un puñado de inmigrantes piamonteses en las últimas décadas del siglo XIX, entre los que estaba mi abuela. Pronto ese pueblo creció impulsado por la energía de sus fundadores que rápidamente tomaron posesión de las fértiles tierras de los alrededores. Habían llegado a “hacer la América” y no cedieron en su propósito.
            En el pueblo no había una biblioteca pública ni privada, no había librería y el único cine existente pasaba películas que no podían atraer a nadie, salvo por la novedad del cinematógrafo. La relación con el campo fue entonces, también para mí, la única escuela –cuyo aporte, me parece, no conviene minimizar. Digamos que el campo y la escuela primaria me enseñaron todo aquello que luego permitió mi desarrollo.
            Cuando me trasladé a la ciudad para iniciar la escuela secundaria empecé a recibir estímulos de otra índole. Descubrí el ambiente urbano y con él la soledad y el desarraigo. Los libros comenzaron a ser mi compañía. Fueron primero una compañía utilitaria: era tanto lo que desconocía como campesino en la ciudad, que sentía urgencia por salir de mi atraso. Tenía reclamos de toda índole y no podía perder tiempo. Tal vez por eso no hay un libro primero y esencial en mi memoria, sino más bien un conglomerado homogéneo que llegó sin discriminación ni cuidado a nutrir mi orfandad y a paliar mi desamparo. Por eso mismo también, nunca leí los libros que suelen leer los niños: yo me salté esa etapa. Tampoco la literatura en general entraba en mis planes, sino sólo aquellos libros que pudieran responder a mis acuciosas interrogantes de adolescente.
            Relacionado con los libros, por necesidad inmediata primero, pasé luego a vincularme con ellos, ya no únicamente por un deseo de conocimiento, sino por el placer que había comenzado a obtener de la lectura. Fui entonces más selectivo y cada vez más cuidadoso y exigente. La poesía entró también en mi repertorio, y con una presencia vigorosa.
            Pero lo extraño es que aún antes de leer nada e ignorándolo todo, escribí algo así como un poema. Yo tenía trece años, y esas palabras que llegaron a mí sin saber de dónde, y que debieron haber sido absolutamente ilegibles, tuvieron una particular resonancia. No sé bien por qué. Desde entonces conservé hacia ese hecho oscuro e inexplicable un cierto reconocimiento: lo consideré algo extraño que yo no debía olvidar.
            El enigma de ese primer suceso, aunque quizás poco significativo en sí mismo, es posible que haya impulsado muchas búsquedas posteriores y haya contribuido a definir algo que me acompaña todavía: la curiosidad por saber de dónde viene esa necesidad, por saber de dónde nace la poesía.
            Por lo demás, así como surgió ese primer borbotón que se manifestó en lenguaje, así ha sucedido siempre con todo lo que he escrito a lo largo de mi vida. Misterioso origen, secreto, imprevisible, no resultado del conocimiento sino consecuencia de una energía que en un momento se desborda, enhebrando palabras con un significado nunca muy claro, aunque siempre revelador.


17

dice el poema
"el fuego quema
esa es la primera ley"
mas uno no lo sabe
lo aprende después
que fue tocado por el fuego
tarde
la lluvia moja
se podría agregar
y el tiempo
el paso del tiempo
arrasa
no hay modo de vivir
al margen
de evitar el fuego
la lluvia
el tiempo
no dejar la piel
en esos lindes
tal vez se aprenda a
ver venir el fuego
a guarecerse de la lluvia
¿mas cómo impedir
que se sumen los días
esa suma y resta subterránea
que al final
todo devora?
esa danza incesante
galopa por la orilla
esa lengua fatal
lame el polvo
que queda en el camino

sábado, 24 de septiembre de 2011

Imágenes puestas en verso /Revista Ñ


“El cine y la poesía argentina” recopila trabajos de escritores que reflexionaron sobre la relación entre cine y palabra.

POR LEONARDO M. D'ESPOSITO


 


La aparición del cine fue un relámpago en cielo claro. Es quizás el invento más extraño y complejo, el que aúna la ciencia y el arte. El cine, como dijera Cabrera Infante, es el arte del siglo (el XX, del que no terminamos de desembarazarnos) y el que creó todos los mitos del siglo. Es interesante porque ese rol, el de fundar mitos, ha sido privativo de la poesía desde el comienzo de la cultura. De allí que los poetas del siglo se hayan sentido fascinados, extrañados e interpelados por el cine, esa competencia que recuperó –al decir de otro poeta y amante del cine, Jorge Luis Borges– el deber artístico del melodrama y la épica.

La Argentina fue un país cinéfilo y el único, junto a los Estados Unidos, que creó una cinematografía que no le debía nada al resto de las artes. Desgraciadamente, ese gran cine clásico nacional, aquel que se inició con el sonoro y se extinguió –con excepciones– menos de dos décadas más tarde, es una especie de ruina arqueológica, una cifra de memoriosos. La poesía, sin embargo, ha persistido, así como la reflexión sobre el encuentro entre ambas artes. Si Joyce, Proust, Eliot, Pound, Hemingway o los cultores franceses del n ouveau roman sabían que el cine cambiaba las reglas de juego para la literatura, no es menos cierto que la propia literatura, y especialmente la poesía, trató de apropiarse de sus modos.

La antología El cine y la poesía argentina (Ediciones En Danza), a cargo del también poeta y ensayista Héctor Freire, tiene el mérito de recopilar trabajos, la mayoría contemporáneos, de escritores que han intentado reflexionar sobre las relaciones entre el arte de las imágenes y el de las palabras. Aunque el autor parece descartar el “cine meramente comercial hollywoodense ” (un equívoco: todo el cine de Hollywood, incluyendo sus mayores obras maestras, es “comercial” en un sentido lato), los poemas incluidos en sus páginas hablan de una fascinación misteriosa e intentan plasmar, cuando no elucidar, tal misterio. Hay la perspectiva social, fenomenológica (González Tuñón); la mirada metafórica donde el recuerdo de un filme articula una experiencia (Jorge Aulicino), la apropiación nostálgica (Javier Cófreces, Alfredo Veiravé), la creación de la palabra a través de la inspiración del cine (Néstor Perlongher) e incluso la perspectiva crítica que, en el propio poema, intenta romper las cadenas de la subjetividad exacerbada (Angel Faretta). Se puede discutir, sin embargo, la posibilidad –lúdica más que técnica– de encontrar procedimientos poéticos que remeden los cinematográficos: después de todo, la poesía del siglo XX aprendió muy rápido (los escritos de Ezra Pound al respecto son iluminadores) que había que revertir el lenguaje a las imágenes (de allí el imagism anglosajón, de allí el ultraísmo español).

Algunos versos son de una limpieza que contagia verdad a todo un poema “(...) y qué bueno disparar un rifle de precisión/imaginario, pero oler a pólvora de verdad” (“La Ley de la Calle”, de Jorge Aulicino); “Nunca tanto estrógeno y progesterona se vieron/recubiertos de la más fina piel de visón.” (“Lana Turner”, de Angel Faretta); “No ames/porque es insoportable” (Eduardo Mileo, “La pianista”); “La patria es una bruma/un árbol desgajado en la memoria” (Beatriz Schaefer Peña, “The Godfather”). Los diferentes poemas del libro (en calidad, más allá del gusto, existen las diferencias lógicas a todo trabajo de este tipo, aunque en general los textos van de buenos a excelentes) operan un extraño milagro: transforman el cine como tema en un caleidoscopio sobre lo humano y la necesidad de comunicarlo creando formas.

En el conjunto, son preferibles aquellos textos que no obligan al lector a conocer ese pretexto de un filme en particular; sí aquellos que intentan establecer una mirada sobre el cine o sobre la experiencia cinematográfica. Dado que permanece como la gran –y única– experiencia estética y artística masiva, que un artista que se asume como tal reflexione sobre ella es invariablemente rico. Sin embargo, incluso en los textos de realizadores incluidos en el apartado “Voz en off ” que cierra el volumen (donde se antologan textos de Luis Buñuel, Jean Cocteau –central: Cocteau fue el poeta que fue al cine y se quedó allí–, Manoel De Oliveira, Federico Fellini, Jean. L. Godard, Peter Greenaway, Yasujiru Ozu, Pier P. Passolini y Leopoldo Torre Nilsson) se lee la perplejidad. Ni la “lucidez profesional” de Godard ni la práctica del haiku de Ozu –el haiku es el bisturí preciso de la poesía– logran transmitir más que un pequeño aspecto de una experiencia que escapa incluso a sus realizadores. Por eso es que esta antología, felizmente, queda incompleta; el cine, como la poesía, mantienen su misterio.

sábado, 27 de agosto de 2011

Los frutos del apetito: ejemplares firmados y numerados






“¿Hay algo más relativo que el punto de un bistec? Yo lo prefiero cocido por dentro y jugoso por fuera. (Albert Einstein)



Neanderthal





Piedra contra piedra.

Chispa que besa la rama

y enciende la oscuridad.

Alrededor del fuego se ha inventado el lenguaje.

Nos hemos reunido aquí porque el mundo es lejano

y una sola caricia lo condensa.

No sé si brillan tus ojos o mi corazón.

Ya no somos salvajes:

hemos huido de la noche.

El animal que hemos matado para nuestro alimento

ya se transforma en palabras, besos, alma,

saliva y amor.








Es difícil convencer a un soldado de que marche sobre un país en el que sólo encontrará naranjas.” (General Bartolomé Mitre)




Fragancia frutal





Frutos de una pasión inútil

como cualquier

racimo de nostalgia.

La sustancia cítrica

no es sólo

perfume en tu cuello.

Los vapores de ese gajo

arden en mis labios

en la ampolla del recuerdo

arden.





Ponemos por este medio a la venta 100 ejemplares numerados y firmados por Javier Cófreces y Eduardo Mileo en una edición de lujo





A sólo 100$





Pueden escribir a edendanza@gmail.com y reservar su ejemplar








Ediciones en Danza anuncia la presentación del libro Los frutos del apetito, de Javier Cófreces y Eduardo Mileo. Se trata de una obra compuesta a cuatro manos dedicada a las comidas y a las bebidas. El trabajo aborda la gastronomía y la enología a partir de un entramado compuesto por poemas, recetas, citas y frases célebres vinculadas a la cultura más ancestral: comer y beber. El libro, de 240 páginas (ilustrado por maestros de la pintura), fue escrito hacia fines del siglo pasado. Luego de su oscuro y silencioso añejamiento, será lanzado en una edición especial de tapa dura, con 100 ejemplares numerados y firmados por los autores.


El acto se llevará a cabo en Pan y Arte (Boedo 880), el jueves 8 de septiembre a las 19.30 horas.

jueves, 18 de agosto de 2011

Convocatoria a poetas jóvenes


Ediciones en Danza convoca a poetas argentinos no mayores de 30 años para presentar obras poéticas que serán seleccionadas para su publicación en el sello durante 2012.
Podrán participar de la convocatoria autores nacidos hasta 1981, en La República Argentina (o con residencia no menor a 10 años en el país).
Acerca de la obra:
La obra deberá presentarse en su versión definitiva y en condiciones de publicación inmediata. La extensión máxima de los trabajos no deberá exceder las 80 carillas en formato A4, de hasta 35 líneas cada una.
La extensión mínima es de 30 carillas con las mismas características.
Presentación:
Los trabajos deberán ser presentados impresos y encarpetados, con título y bajo seudónimo, por triplicado. En sobre aparte deberá constar nombre de la obra y seudónimo. En el interior del sobre se consignarán los datos del autor.
Cada autor podrá presentar la cantidad de obras que estime conveniente respetando la normativa establecida
Las obras podrán ser entregadas personalmente, o remitidas por correo postal, entre el 1 de septiembre y el 30 de diciembre del corriente año, a cualquiera de las siguientes direcciones:
Magallanes 1571 PB (1288 C.A.B.A)
Jovellanos 1068 (1269 C.A.B.A)
La Rioja 429 PB “10” ( 1214 C.A.B.A)
Las obras presentadas no deberán estar participando en concursos literarios simultáneos al período de selección de esta convocatoria.
Las carpetas no serán restituidas a sus autores una vez finalizada la selección.
Resultados:
La editorial sólo informará el resultado de la convocatoria al autor del trabajo seleccionado para su publicación. La fecha estimada del anuncio es el 15 de febrero de 2012 y se dará a conocer en el blog de Ediciones en Danza.
La selección de obras estará a cargo del comité editorial de Ediciones en Danza.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Poeta en dispersión (por Damián Amiano para La Nación)







Sobre el escritorio, entre una pila de libros, CD, papeles y otros objetos, hay un bufoso. ¿Es de verdad? "Todo lo que hay acá es de verdad", dice Alberto Muñoz, con el humor grave que lo caracteriza.


A los 60 años, Muñoz continúa siendo un artista inclasificable, un poeta que se dispersa en diversos tipos de experiencias, buscando la realización efectiva de sus poesías. Su primera andanza fue la creación de MIA (Músicos Independientes Asociados) en 1976, junto a la familia Vitale. Fue una señal de independencia para el rock argentino.


Por supuesto, están sus libros. El naturalista es el último de una extensa lista, en la que figuranAlmagrosa (1981), También los jabalíes enloquecen (1998) y Trenes (2004), por nombrar sólo algunos. Con Eduardo Mileo es coautor de Dos épicas y de Misa negra y con Javier Cófreces, deVenecia negra , Canción de amor vegetal y Tigre . Con Mileo y Cófreces creó Ediciones en Danza, que en estos días celebró sus diez años con la presentación de la poesía completa de Jorge Leonidas Escudero.


Pero la poesía de Muñoz encuentra otras maneras de hacerse presente: en la composición de obras musicales en formato de CD, como El gran pez americano (1987), Los últimos días de Johnny Weissmüller (1996) y La pasión según los hipopótamos (1998); en la puesta en escena de piezas de teatro musical, como La compañía mágica del circo, que llevó adelante con MIA en 1980, y Kapelusz! (1997); en la creación de un programa para chicos, Magazine For Fai , junto con Mex Urtizberea, y en la colaboración en la redacción de guiones de exitosos programas de TV, comoOkupas . Quedan muchas cosas en el tintero. Pero lo que nunca queda afuera de su obra es el humor. Un humor exigente y reflexivo que también aparece en esta charla, inevitablemente dispersa.


-¿Cuándo aparece el cruce o, mejor, el entramado entre la palabra y la música?


-Cuando yo era muy chico ya escribía. No lo sabía, porque aquello que yo hacía no se llamaba, no tenía un nombre. Yo practicaba una cosa muy extraña que era mover la mano derecha con una lapicera de pluma y llenar hojas y cuadernos, hojas y cuadernos, y ya tocaba el violín, instrumento que aborrecía. Entonces mi madre me dijo: "¿Por qué no hacés canciones para D'Arienzo?" Como vio que yo escribía música, se le ocurrió la idea brillante de que compusiera para él. Entonces el nombre de Juan D'Arienzo se asoció con otro que para mí fue el más importante de toda mi infancia: Franklin.


-¿Por qué Franklin?


-Yo había encontrado un librito de la colección Billiken que se llamaba Franklin . Ahí leí que él había inventado el pararrayos. Entonces el mundo estaba dividido entre rayos y pararrayos. Bueno, el del pararrayos era Franklin y los del rayo eran todos los demás. A ese nombre se sumó el de D'Arienzo. Yo empecé a escribir como loco canciones para él, pensando que las iba a cantar... Mucho después supe que era director de orquesta. Te podría decir como broma, o no tanto, que sigo componiendo canciones para que D'Arienzo las cante.


-¿Por qué te hicieron estudiar el violín?


-Tocar el violín me daba mucha vergüenza. Nadie en el barrio lo sabía. Cuando yo era chico estaba en auge el folklore. Todos tocaban la guitarra o el bombo. En mi escuela, un año más adelante, estaba Pappo Napolitano. Tocaba el bombo con dos compañeros míos que tocaban la guitarra y cantaban: para mí eso era la música. Yo me metía en un barril de petróleo dentro del mar a tocar el violín para las ballenas, solo. Eso me generó odio a la música. Tardé mucho tiempo en deshacer ese nudo. ¿Sabés qué pasaba? Hacía cinco años que tocaba el violín y no podía entrar en el coro de la escuela por desafinado. Yo leía música, pero no escuchaba lo que tocaba? Por eso, para mí, el profesor de violín era una especie de Ajax porque, sin mirarme, me decía "No, eso es do sostenido". Yo me preguntaba cómo hacía para saberlo si ni siquiera estaba leyendo la partitura.


-¿Cuándo empezaste a cambiar eso?


-Nunca. No puedo escribir música, lo he intentado mil veces y tengo una profunda admiración por los que lo hacen bien. Yo puedo construir mucho y variado, pero escribir no. Si me preguntan qué quiero hacer en mi vida, mi respuesta es "escribir bien partituras". El próximo disco, que saldrá en unos meses y se llama El puente de las tetas , siento que es lo más alto que pude hacer musicalmente. Lo logré porque estoy asociado con un amigo del alma, Diego Vila, que tiene una escritura extraordinaria. Compusimos canciones de cámara bien orquestadas, pero el lenguaje es prostibulario. Se produce el encuentro de una música de un nivel altísimo con un lenguaje tremendo, y está todo cantado por mujeres.


-Tus libros nunca están compuestos por poemas sueltos. Son escritos a partir de una, dos o tres temáticas o conceptos. ¿Cómo aparecen?


-Hay una figura para responder esa pregunta: la del pescador y la tejedora. Todo el tiempo pienso en esa imagen. El pescador sabe dónde hay que pescar. No pesca al voleo. Pone los anzuelos adecuados, la carnada adecuada, y espera. Tira y espera. Y la caña se va a otras aguas, a pescar otra cosa, una materia y una imagen. Yo siempre ando pescando. En la larga tradición oral de los griegos estaban los rapsodas, que cantaban a Homero, y las mujeres tejían las batallas. Mientras los hombres las contaban, ellas las tejían. Las palabras se las lleva el viento pero en el telar quedan. Por eso en el canto VIII de la Odisea , Ulises, que va de incógnito camino a su casa, se detiene en un pueblo donde hacen una gran fiesta. En un momento aparece un rapsoda y empieza a cantar las aventuras de Ulises. Él se tapa la cabeza con un paño para que no lo vean llorar, porque están cantando lo que él vivió, y cerca de la mesa están las tejedoras. Yo con esas dos imágenes resuelvo el problema. Primero estoy a la pesca de algo y después veo cómo se teje eso. A veces un poema se teje muchísimo mejor que una canción. Esa dispersión, que en algún momento pudo ser una herida, es la puerta con la que cuento hoy para salir, a un balcón o al abismo.


-¿Eso se comparte también al escribir con otro?


-El único secreto es saberse leer, ceder, renunciar a la marca de cada uno.


-¿Cómo es el trabajo de tu editorial?


-Me gusta creer que Cófreces es la cabeza y que Mileo y yo estamos atrás con los Winchester, tratando de que el desierto no avance.


-Y llegaron a los cien libros en diez años.


-Cien libros, una barbaridad. ¿Viste cuando uno dice que la poesía no se lee ni se vende y vos tenés la sensación de que todo está en orden? No te olvides de que hasta la publicidad es poética. ¡Guardemos el orden! No se vende, pero levantás una piedra y hay un poeta. Levantás otra y hay un lector. Está bien que todo siga así. Fijate que hay escuelas de danza, de pintura y de música, pero no hay escuelas de poesía. A nadie se le ocurriría poner una escuela de poesía. Bueno, festejémoslo. El lugar de la poesía es justo. Lo que sí debería suceder, y por eso hay que luchar, es que en los últimos años de sus vidas los viejos poetas sean bien tratados, muy bien tratados. No dándoles medallas de bronce, sino plata, toda la que merezcan, toda la que necesiten, y que se editen sus obras completas. Por eso, el orgullo más grande que tenemos, es el de haber publicado la obra completa de Jorge Leónidas Escudero.


-Sos un poeta que encuentra distintas maneras de realizar la poesía. No sólo en un libro sino haciendo radio y música, y que en todo momento exige la participación del oído como receptor. ¿Cómo nace ese concepto?


-Nosotros podríamos pensar que ésta es una era del ojo. O sea, que es el ojo el que está excitado. El fenómeno interesante es que ahora una de las cosas que más excitan el ojo es la música, cuando la música siempre estuvo para excitar el oído. Es un fenómeno muy propio de esta época. El oído está hoy muy por detrás del ojo. Pascal Quignard dice, en un libro extraordinario que se llama El odio a la música , que las orejas no tienen párpados.


-En ningún momento pueden interrumpir la llegada de información...


-Exacto. Por eso mismo uno no tiene que escuchar demasiado a la madre... El párpado es una defensa frente a lo que es excesivamente luminoso, o un poco más luminoso de lo que uno puede soportar. A mí siempre me llamó muchísimo la atención que la frase que más frecuentemente dice uno para contar que fue a un recitales sea: "Fui a ver a Fulano de Tal", como si la fiesta, el encuentro con mucha gente, fuera más acontecimiento que el lenguaje mismo de la música. Es un fenómeno de la época: a mí me descompone.


-Tal vez haya un cambio de roles: los espectadores pagan una entrada para ser protagonistas.


-Lo que estoy diciendo no es un discurso moral. Quiero decir: soy un hombre del siglo pasado, como vos y como casi todos. Entonces, cada vez que hay que hablar sobre los nuevos acontecimientos, estamos levantando el dedo para decir "antes no era así", y no se trata de eso, sino de tratar de comprender lo que ocurre, de hacer una lectura crítica. Indudablemente, los jóvenes comprenden ese fenómeno e intervienen sobre él. A mí me cuesta comprenderlo porque la única relación que yo he encontrado en mi vida entre el ojo y la música es la partitura, una hoja escrita que hay que leer. Por eso digo que la idea de la música como espectáculo visual es muy interesante, no una batalla que haya que librar a favor del oído. Ya se ha demostrado en la historia el pasaje del ojo al oído en la cultura griega y en la cultura judía. Los griegos apaleaban a los ciegos porque les parecía inconcebible que alguien no pudiera ver a los dioses, mientras que en la cultura judía se privilegia el oído, porque no hay nada por ver y es necesario escuchar la palabra de Dios. Evidentemente, esa pendulación entre el ojo y el oído continúa. Tal vez dentro de 50 años todos seamos ciegos?


-O no haya nada para ver?


-Es un tema muy interesante. Probablemente, uno de los hechos milagrosos que hay, porque los milagros sin duda existen, pero son otros, es el beso. Bueno: el beso hace cerrar los ojos. El que besa y no cierra los ojos espía, y los acontecimientos del amor no se espían. Cerrar los ojos significa el abandono de la mirada. Se exploran otras cosas. Y otro de los milagros cotidianos que se practican -porque los milagros además se pueden practicar- es la conversación, en la que uno debe ejercer la atención auditiva. Cuando vos conversás hay dos movimientos: cuando estás diciendo, tenés que escucharte, pero cuando el otro habla tenés que ser casi puro oído, y no intervenir con el famoso "a mí también me pasó".


-Eso estaba implícito en tu programa de radio, La panadería , en el que el público participaba sólo poniendo el oído, porque no podía hacerlo ni con mensajes ni con pedidos.


-Sé que es un disparate, pero ese programa lo hacía para que fuera escuchado. Había oyentes que dejaban mensajes con quejas porque no se pasaban mensajes al aire. Era un emisor constante, fácil de reducir con sólo estirar la mano derecha y cambiar el dial. Pero ahí se leía, por ejemplo, toda la acusación a Spinoza, textos completos de Galileo, además de la mayor cantidad de poemas posible. Pero algo pasaba con eso. Es decir: había una cita para escuchar. Una cita para el oído.


-¿Cómo concebiste El naturalista ?


-A partir de tres imágenes distintas. Siempre tuve una enorme admiración por los viejos naturalistas, por los dibujos que hacían. Yo quería crear otro naturalista, alguien que llegara de manera diferente a los insectos y a los animales. Al personaje ya lo tenía compuesto porque me salió en un poema que se llama "No estoy en condiciones de cantarle a las ballenas". Pero era un naturalista desquiciado, ya perdido, y no quería escribir sobre un naturalista desquiciado. Entonces trabajé sobre su juventud. La segunda parte, "Celan en la espera", fue por una imagen que tuve hace años en mi casa del Tigre, donde vi a Paul Celan sentado en el banco del muelle. Obviamente, no era el poeta, pero yo lo vi. Me hizo un gesto como de querer un vaso de agua, y ahí sentí que ya estaba. Había que salir a tejer. Y así recorro la isla con él mientras le alcanzo el vaso de agua. El tercer texto, "El granadero musical", también nace de un recuerdo emotivo muy importante, cuando un amigo de mi padre, para un cumpleaños, me regaló un granadero de lata al que se le daba cuerda en la espalda para que tocara el tambor. Ese poema trabaja sobre el juguete, pero también sobre los granaderos que me llevaba a ver mi madre, los que estaban en la puerta del Cabildo y que me daban pánico, porque no se movían, no hablaban. Yo le pedía a ella que les hiciera preguntas, pero mi madre me decía: "No se les preguntan cosas a los granaderos".


-Te saco de la producción reciente. ¿Cómo ves MIA hoy?


-La experiencia de MIA fue estructural en mí. No tanto por lo exclusivamente musical, porque yo no hice un buen trabajo musical dentro de MIA. Mis compañeros eran muchísimo mejores que yo. Lo que más me gustó fue el disco con Liliana Vitale. Entonces dije: eso es lo que quiero hacer. Digo "estructural" en el sentido de que un grupo artístico puede producir una movida cultural bajo las espadas, los sables y los Falcon en todo el país, sabiendo que éramos trenes rigurosamente vigilados. Y la experiencia de los músicos independientes, que sacamos del teatro independiente, era un sueño. Es el mismo sueño que tenemos hoy con Mileo y Cófreces con la editorial, porque era imposible tener una editora de discos propia. Vimos que todo se podía. Eso, para mí, fue educativo. Fue la única experiencia de la que obtuve una educación cívica. Obvio, pasaron muchos años y ya no pienso así: uno mira las cosas más críticamente.


-Pero había algo especial.


-¡La gente compraba por anticipado un disco que ibas a grabar! Lo pagaban y esperaban. Lo que se producía ahí era confianza ciega. Nadie estafaba.


-Y nadie sospechaba que pudieran estafarlos.


-Y sin embargo, esa experiencia de MIA no figura en los libros de rock. Y a esta altura eso es sospechoso.


-También se da el hecho de que tus discos son inclasificables. Eso resulta problemático dentro de un mercado tan estructurado como el nuestro.


-Hay un fenómeno que yo no supe interpretar nunca. Cuando había casas de música, mis discos estaban en una góndola que tenía el rótulo de "Varios". Empecé a sospechar que lo que yo hacía era "varios"? Lo único que me causaba cierta sensación dolorosa era que mi colega en la batea era Corona, y no Spinetta. Pero, en verdad, nunca tuve conflicto con eso. Me gusta no estar en ningún lugar estanco. Sigo esperando que D'Arienzo cante un tema mío. En principio, que me llame, porque tengo que ver si yo acepto. Ya estamos grandes, él y yo.

MIRAR A UN LEON CAUTIVO


Está ahí, como una enorme bolsa de dinero, entre la indulgencia y los regalos que Dios le ha dado para alegrar su círculo pavoroso.


Preparan una foto con África de fondo: son niños japoneses de visita en nuestro país.


Ninguno de los niños tiene actitud de cazador. El fondo africano está pintado por ellos y desearían un rugido, pero su cuerpo inmóvil descansa y sueña. Sus gestos japoneses son para provocarle el rugido, ¡qué mejor entrega escolar que su amenaza sobre el decorado de témperas! Pero se resignan; nada habrá de mover su ejemplo rubio y fáustico. Cae una piedra cerca de su hocico. Los niños japoneses miran al agresor, es un hombre entre tantos que ha querido colaborar con la fotografía. El animal levanta su cabeza monumental y nos mira. Tenemos miedo. Actuando como ese cualquiera, los que presenciamos la escena tomamos piedras del suelo y las arrojamos contra el espantoso decorado africano para que los niños japoneses se vuelvan a Japón y dejen de joder a nuestros leones.

CELAN EN OTOÑO


Estás aquí, Celan, en este río que de lejos parece la media de un difunto. Leo en voz baja uno de tus libros frente al agua fresca y disciplinada (como la cabellera de tu madre).


Se abre tu camisa blanca que exuda, lo de adentro parece cuarzo.


Esperando un cargamento de maderas desde el puerto de frutos llegó por agua la noticia de tu muerte, flotaba de muy lejos sobre un río podrido y parisino.


Voy a alcanzarte un vaso de agua. Mañana remaremos por el Caraguatá envueltos en las primeras lluvias del otoño.


Hay en este día una mancha de oro resplandeciente. Tuya es la savia, Celan.


El naturalista (Ediciones en Danza, 2010).

martes, 9 de agosto de 2011

El hombre que buscaba tesoros (por Rodolfo Edwards para Revista Ñ)






Se publica la obra completa de este autor sanjuanino secreto y periférico que logra trabajar sobre el lenguaje en busca de transgresión. Aquí, un análisis de su poética.



Oculta entre las piedras, la poesía del sanjuanino Jorge Leonidas Escudero es una gema tan valiosa como inefable. Emulando unos de los oficios de Escudero, el de buscador de oro, un equipo encabezado por Javier Cófreces recopiló todos los libros del poeta sanjuanino, editados desde 1970. La edición también incluye trabajos inéditos y un apéndice documental.


El autor comenzó a publicar recién después de cumplidos los cincuenta años; su primer libro, La raíz en la roca fue publicado en 1970, al que sucedieron más de una veintena de obras. A través de estos cuarenta años, el nivel de calidad de sus poemas se mantuvo inalterable, hecho inusual en una trayectoria tan dilatada. Como los grandes poetas, “Chiquito”, como lo llaman sus amigos, construyó un lenguaje intransferible y fundante, creando un espacio que se cierra sobre sí mismo y que, sin duda, dejará una marca indeleble en el corpus de la poesía argentina. César Fernández Moreno decía que un poeta debe escribir con la suficiente contundencia para que cada verso propio pueda ser usado como epígrafe por otro poeta. Escudero casi logra plenamente ese objetivo.


Afirmándose en su terruño y esgrimiendo la nobleza de la juglaría, encuentra su materia prima en el habla de la tribu, aprovechando al máximo las transgresiones sintácticas y sónicas que se producen en los espacios conversacionales, para usarlos a favor de la poesía. El uso coloquial de la lengua, marcado por el fraseo interrupto y la incompletud morfológica, dinamiza el lenguaje poético, potenciándolo musicalmente: “Pero es que se me encanta el suburbio,/gambetear bocacalles, cabecear la luna/(siempre que esté, claro). Necesito/exhibir un juego bonito y tribunas aplaudan”, dice en “Nocturno”. Como si fuese un ángel de Las alas del deseo del alemán Wim Wenders, Escudero “asiste” a sus criaturas en los momentos más dramáticos: “Se dirigió a un banco de plaza/y parecía caso especial/porque venía hablando solo./Yo que le auscultaba los rastros/por si pedía asistencia,/me le puse atrás cuando lo vi sentado (...) Por eso es que actué de comadrona/aquella aviesa noche: lo tomé de los hombros con mi filosofía/y le hice hacer un giro auroral de modo/que el sol apareció normalmente”, expresa en un poema de Los grandes jugadores , colección de textos que narran la pequeña épica de los “timberos”.


Varios tópicos asoman en la poesía de Escudero, pero el amor, los juegos de azar y el mundo de la minería ocupan un lugar preferencial. Como sucede en toda buena poesía, siempre hay una torsión lingüística que hace reverdecer temas muy transitados. Habita en Escudero una voz lejos de la estridencia, ligera pero profunda, amiga del murmullo de los riachos quietos, tan comunes en el paisaje sanjuanino, donde el agua cristalina dejar ver la unanimidad de la piedra. Pero el agua sumisa esconde caudales invisibles, hervideros de verdades, ígneas revelaciones. De eso se trata: de pulverizar la piedra de tanto mirarla, de ablandar el mundo con poesía, con movimientos simples, de contragolpe letal.




Poesía y minería 


Alquimista de la palabra y de la materia, en los textos de Escudero se percibe la correlación entre la poesía y la minería: las dos disciplinas se constituyen a partir de una obsesión por la búsqueda; palabras y piedras son términos equivalentes en el sistema poético/vivencial de Escudero, se constituyen en razones y motores de un destino. “Ultimamente soy culpable por abuso indebido de buscar”, confesó, reafirmando su plataforma ontológica. El chileno Pablo Neruda y el peruano César Vallejo, por las mismas vértebras de los Andes, también escarbaron la pedrería. La imbricación de la piedra con el hombre, funciona como clave para leer la historia americana. En la poética de Escudero, el repliegue es hacia lo íntimo, hacia la intrahistoria, la de seres anónimos, llena de hechos nimios pero cargados de electricidad como esas nubes que aparecen antes de la tempestad. En ese sentido, la poesía se transforma en una caja de sorpresas, en una baldosa floja que salpica apenas se la pisa, en un territorio minado de moralejas populares.






El cronista cuyano


Ajeno a modas, escuelas o tendencias, su poética guarda una relación directa con materiales mundanos, muestra todo el tiempo una asunción plena del rigor del destino. Fuera de las presiones impuestas por el canon, Escudero se jugó entero por su patria chica, sabiendo, como los sabios, que la velocidad de las cosas sólo se puede aplacar con una piedad infinita, con una ardiente paciencia y serenidad de espíritu.


Como un Sócrates cuyano, Escudero presta oreja y pluma al devenir comunal, partero de almas, cómplice y amigo. Pequeñas biografías, semblanzas pueblerinas, detalles banales del vivir le sirven de andamiaje para desplegar planteos metafísicos, fábulas de inocencia aparente que arman constelaciones, se agrupan y se desbandan, se quiebran y se rearman. Complejo pero nunca oscuro ni hermético, desanda el poema con banderas claras, encabritado pero elocuente.


En su poema “Juego de fotos”, juega un solitario con fotos viejas. “Empiezo, pongo sobre la mesa a mi hermana Margarita/y al lado a dos amigos muertos/debajo al Loco Desiderio (el que creía ser caballos y trotaba azotándose las verijas/Pongo a mi tío Teodoro junto a su automóvil 1920 y enseguida yo, montado en un burro,/cuando de niño salí a conquistar el mundo”. El pensamiento rodea a las cosas para examinarlas minuciosamente hasta sonsocarles sus secretos. Los objetos inanimados se magnetizan de energía humana, hablan desde su mudez aparente. Un naipe, una piedra, un árbol, son compañeros de camino, pasto del símbolo y la metáfora, mientras que la memoria es un agente creador, una máquina de engendrar. Escudero diseña planes para la búsqueda del tesoro con incesante fervor. La narración de esos caminos, de esos arroyos caprichosos, tiene niveles ascendentes y descendentes; de los subsuelos a la superficie, del suelo al cielo, la poesía estalla como un géiser, omnívora, palpable pero también intangible, hundida en la perplejidad y el asombro.


A pesar de cierto tono irónico que campea en los poemas, Escudero nunca se deja ganar por el cinismo ni por la ausencia de fe. El núcleo siempre es el hombre intervenido por el lenguaje, definido por las palabras que le visten el alma desnuda. Pequeñas unidades narrativas arman un panal donde Escudero pone en suspensión pedazos del mundo. Entre la reflexión y la paradoja, el efecto es embriagante; por secretas alquimias, entre zumbidos pícaros y ladinos, se entra a otras dimensiones, en medio de un festín sónico lleno de palabras averiadas, dominadas por el vértigo del decir.






Música y documentales


Escudero pintó su aldea, sin necesidad de pasar por Buenos Aires ni por ningún otro lugar de consagración literaria. Sin embargo, como las aguas del Cuyo natal, su poesía supo abrirse camino y paulatinamente se fue rompiendo el cerco que lo confinaba a ser un poeta secreto. En los últimos años su persona fue objeto de reconocimientos varios como el título de Doctor Honoris Causa que le otorgó, en el año 2006, la Universidad Nacional de San Juan. En un reportaje del Diario de Cuyo de San Juan, opinó sobre estas distinciones: “Le voy a ser franco, yo soy –como dicen ahora– de perfil bajo. Me gusta estar con mis amigos, escribir mis poemas, tener una vida sencilla. Y estas cosas me sacan de quicio. De todos modos es algo inevitable, porque no puedo contradecir la opinión de los demás.” Varios músicos, como José Luis Aguado y Pablo Maldonado compusieron canciones en base a sus textos. Su obra también despertó el interés de documentalistas que trataron de reflejar en sus filmes las intimidades del poeta cuyano dentro de su ámbito natural.


Hojas quemadas de Manuel Lara, Las partes del todo San Juan , de Manuel Saiz y Oro nestas piedras , un trabajo en conjunto de Cristian Costantini, Leandro Listorti y Claudia Prado ya disponible en dvd, contribuyeron a la difusión de la figura de Escudero.






El empecinao


En el libro Verlas venir (2002), hay un poema titulado “El empecinao” que focaliza en un personaje el tema de la búsqueda. En su ensayo “Hamlet y sus problemas” T.S. Eliot definía el correlato objetivo: “La única manera de expresar la emoción en forma de arte es encontrando un ‘correlato objetivo’: un grupo de objetos, una situación, una cadena de acontecimientos que habrán de ser la fórmula de esa emoción concreta”. De la misma manera, Escudero acumula capas de acontecimientos y situaciones hasta lograr el efecto buscado. En “El empecinao”, traslada a un buscador de oro, toda el ansia de su búsqueda personal, intercala en una biografía un itinerario, un mapa de ruta, el arco que traza una vida en el tiempo: “Aquí anduvo un tozudo hombre buscando,/en esta altivez de los cerros sanjuaninos/el fabuloso tesoro que cuentan era para el rescate del inca Atahualpa:/ siete cogotes de guanaco pupudos de oro.” En esta primera estrofa aparece el motivo de la búsqueda mientras que en la segunda se nos presenta su encuadramiento temporal, las huellas que los años dejan en el cuerpo y el empecinamiento, centro neurálgico de la poética escuderiana: “Muchos años vino a buscar tal riqueza/y se le puso la barba blanca de no encontrarla;/pero firme en su idea/no cejaba de llevarla entre ceja y ceja.” En la tercera agrupación estrófica, se enuncia el sueño y el proyecto; de su no concreción, de su suspensión indefinida, depende el estado de felicidad y alegría: “Nos hicimos amigos y en mis adentros/lo bauticé El Empecinao, justamente/porque cada vez que me lo topaba en el cerro / me hablaba de su sueño y sonreía feliz”. En la estrofa que cierra el poema, se conjetura la muerte (real o simbólica), único agente destructor de la búsqueda y los sueños: “Pero el verano este ya no vino/y el anterior tampoco./Sospecho que murió directamente/o algo peor todavía, que se desempecinó, y al perder la alegría de buscar el tesoro/quedó muerto en vida.” Como Sísifo, el buscador de oro sufre una condena de piedra. En Verlas venir hay un prólogo de Escudero donde se sincera: “Y sí, a las palabras que siguen las vi venir desde el fondo de nosotros”. Este concepto define claramente la poética de Escudero, su ostensible compromiso con los otros, su “yo poético” definitivamente disuelto en el “nosotros poético” como una ofrenda de amor fraternal. “Mi hambre última es de lo que aún no he visto”, dijo también el pequeño gran minero, por si alguno no entendió todavía de qué venía la cosa.