lunes, 22 de noviembre de 2010

De Los poetas salvajes: Paco Urondo (Miguel Gaya)





diez

EL 17 DE JUNIO DE 1976 EN LA CIUDAD DE MENDOZA, ARGENTINA, EL POETA FRANCISCO URONDO, QUE FORMABA PARTE DE LA ORGANIZACIÓN POLÍTICO-MILITAR MONTONEROS, ES INTERCEPTADO POR FUERZAS DE LA DICTADURA CUANDO SE TRASLADABA A UN REFUGIO CLANDESTINO EN COMPAÑÍA DE SU  HIJA  ÁNGELA Y SU MUJER ALICIA RABOY. 

Suponiendo que me hubiese equivocado
y que este gesto de envenenarme luego
de agotar las balas
junto al cadáver de mi mujer y
con mi  hija de meses acurrucada a mis pies
para posible  botín de los triunfantes
fuera
un gesto inútil.
Y suponiendo digo
que todo en lo que creí
y por lo que he arriesgado en justicia
vida  y obra y sentido de la una para justificación de la otra
sea
de nulidad absoluta.
Que no fuéramos al fin  llamados a ser
belleza y verdad y unidad  humana
sino más bien
confirmación por víctimas de
rapiña humana y  quebrantar de huesos
y que mi obra, o peor  aún
mi vida entera
fueran  juzgadas equivocación  y  desvarío
mañana  nomás
cuando esta hija a la que ahora desprotejo
para adentrarme  desnudo en la muerte
sea adulta y tal vez me juzgue  con terrible  vara
y ese veredicto de la historia de ese momento y en ese caso de  ella misma 
condenaran por vano
el gesto  más alto que puedo
y todo navegara  hacia el lugar  donde se amontonan
mis huesos y el polvo y la indiferencia
de la historia de los hombres
¿qué será entonces de mis versos?
¿qué de la ligazón que polvorienta
va arrastrándose por siglos de dolores
y gestos y  amores carnales y
altura de las almas
va dejando la poesía
desde el olvido y el desierto espinudo
hasta ahora nomás y hasta ahora
y hasta ahora?
¿cuando perduro?
¿Oyen mi voz
de hombre?

“Osar morir de vida”, me recordaba Lezama Lima que alguna vez dijo José Martí. Cuando se considera a la vida una propiedad privada, sólo el heroísmo, con su carga de posteridad o en el mejor de los casos, de búsqueda de inmortalidad, permite la osadía de ponerla en riesgo. Pero el sentido de la osadía que propone Martí no es individualista, sino que responde a una concepción ideológicamente más generosa. Porque la vida no es una propiedad privada, sino el producto del esfuerzo de muchos. Así, la muerte es algo que uno no solamente no define, que no sólo no define el enemigo ni el azar, que tampoco puede ponerse en juego por una determinación privada, ya que no se tiene derecho sobre ella: es el pueblo, una vez más, quien determina la suerte de la vida y de la muerte de sus hijos. Y la osadía de morir, de dar y, consecuentemente, ganar esa vida, es un derecho que debe obtenerse inexcusablemente.
Francisco "Paco" Urondo
¿Oyen mi voz
empecinada?
¿Es poesía?
¿Es humana?
¿es mía?

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